¿De quiénes son las necesidades de los hijos?

Había un niño de tres años a la que le encanta cortar y pegar con celo. Un día su abuela le compró un soporte para el celo con celos de diferentes colores. El niño investiga contenta con ello. Quiero cambiar el color del celo pero no puede sacar el primer celo que ha colocado en el soporte. Se lo pide a su padre, quien lo intenta, sin mucha suerte. Entonces el niño lo intenta, hasta romperlo. Su padre, al ver la acción siente su propio dolor ante la pérdida del objeto, pensando de forma inmediata en comprar de nuevo (y un nuevo) soporte para el celo. Hay un pequeño vacío de tiempo en el que no ocurre nada y a la vez posibilita todo. Inmediatamente y con suma tranquilidad, el niño dice: “ahora vamos a tener que cortar el celo con las tijeras”. Y no necesitó comprar un nuevo soporte para el celo. 

La anterior anécdota me recordó a la anécdota de un amigo que, habiendo comprado un CD de canciones infantiles para su hijo y habiéndole gustado a éste, a las pocas semanas el propio padre observaba su idea de comprar el segundo volumen. Él fue muy hábil al percatarse de que su hijo no le había pedido otro CD. También fue muy hábil al asociar que cuando él compra un libro, antes de terminarlo ya está comprando otro. Y otro. 

Todo lo anterior es una invitación a reflexionar sobre la influencia que tiene en nuestros hijos la resolución al propio vacío, a veces difícil de soportar, que tenemos los padres. En una sociedad de consumo como la actual, en la que cubrir las necesidades de forma inmediata es parte de la sustentación del propio sistema, es fácil que estas necesidades sean trasladadas a los hijos, que poco a poco se tornan inconformistas o con cierta dificultad para tolerar la espera hacia lo que se desea. 

David Ordóñez Rodríguez