La mirada de la hija desde la mirada de la madre

Una madre acompaña a su hija de un año y medio -aproximadamente- a una ludoteca. En la ludoteca hay muchos módulos para jugar, lanzar, sentarse, etc. También abundan los niños que, acompañados por padres y madres, recorren la sala jugando. La niña en cuestión se sienta en un módulo con forma de dónut. En el interior de este dónut hay una colchoneta. Un niño se acerca a la niña y se sienta al lado, la abraza y la empuja lo suficiente como para dejarse caer con ella a la colchoneta. Se vuelven a levantar, se vuelven a sentar y el niño vuelve a repetir la acción. Para la niña, que en ese momento aún no había estado en un contexto escolar, la situación es completamente nueva. Entonces, alza la mirada hacia su madre en búsqueda de respuestas.

Considero este momento como crucial, pues a cada madre, a cada padre, se les movilizan aspectos diferentes en su mundo interno. En cualquier caso, siempre hay una dosis de proyección de cómo cada adulto se posicionaría en esta situación: ¿lo viviría como un juego? ¿Lo viviría como la apertura a una relación? ¿Lo viviría como una amenaza? ¿Viviría al Otro como alguien que le impide, que le roba, que le imposibilita? Hasta aquí su mundo interno (y posible historia de vida), con su resonancia emocional, su pensamiento cognitivo… Ahora falta la acción o la conducta. Esta conducta, que puede darse a la vez de múltiples formas, por ejemplo, diciéndole: «¡qué divertido!», «qué bien, quiere jugar contigo, te abraza y se tira contigo», «¿te gusta esto?» -con tono miedoso-, «¡que os vais a hacer daño!». La madre también tomar cierta lejanía -mientras le sonríe-, quedándose tranquila de que su hija se lo está pasando bien con un niño que acaba de conocer; o puede coger a la niña e irse, indignada porque la madre del otro niño no estaba presente para decirle algo («qué brutos son los niños» -podría llegar a pensar-).

Sorce, en Maternal Emotional Signaling: Its Effect on the Visual Cliff Behavior of One-Year-Olds, estudió el comportamiento de un grupo de bebés de 12 meses ante situaciones consideradas como ambiguas. Creó una pasarela en la cual se encontraba el efecto visual de un abismo. Cuando los bebés llegaban a este abismo, lo primero que hacían era mirar a sus madres. A 17 de las madres se les pidió que mostraran miedo, mientras que a 19 de las madres se les pidió que mostraran alegría. De los bebés cuyas madres expresaron miedo, ninguno cruzó el abismo. Por otro lado, más del 75% de los bebés cuyas madres habían expresado alegría, cruzó el abismo.

El estudio anterior representa la importancia que tiene el mundo emocional de los padres en los hijos. A veces desde situaciones que provocan incertidumbre (como la anterior), otras veces por identificación, los niños adquieren de los padres formas de ver el mundo. En estos casos, el trabajo de análisis individual me parece una oportunidad en la relación entre los padres y los hijos.

David Ordóñez Rodríguez